Cuando la cazadora de diecinueve años, Feyre, mata a un lobo en el bosque una criatura montruosa llega a su casa buscando venganza. Arrastrada a una tierra encantada que sólo conoce a través de leyendas, Feyre descubre que su captor no es un animal, si no Tamlin, uno de los letales Fae inmortales que solían governar su mundo.
Mientras vive en su mansión, sus sentimientos por Tamlin se transforman de un hostilidad fria, a una pasión que arderá a pesar de las advertencias que ha recibido acerca del peligroso y hermoso mundo de los Fae. Pero una antigua y maliciosa sombra crece en la tierra de las hadas y Feyre debe de encontrar una forma de detenerla, o Tamlin y su mundo estarán condenados... por siempre.
Hola gente! Hoy les traigo el primer capitulo traducido de "Una Corte de Espinas y Rosas" de Sarah J. Mass, la autora de "Trono de Cristal". Esto es parte de mi proyecto "Traduciendo libros" recuerden que si alguien quiere colaborar son más que bienvenidos!
Capítulo 1
El
bosque se había convertido en un laberinto de hielo y nieve.
Había estado
monitoreando los arbustos por una hora y mi lugar de observación en el hueco de
un árbol se había vuelto inútil. El viento fuerte traía nieve para cubrir mis
huellas pero también borraba las huellas de cualquier presa potencial.
El
hambre me había llevado más lejos de casa de lo que solía arriesgarme, pero el
invierno era tiempo difícil. Los animales se habían ido hacia adentro,
adentrándose en el bosque más profundo de lo que yo podía seguirlos y dejándome
con la única opción de agarrar animales perdidos, uno por uno y rezando para
que me alcanzaran hasta primavera.
No alcanzaron.
Pasé mis dedos entumecidos sobre mis ojos, sacando los copos
de nieve que se agarraban a mis pestañas. Aquí no había arboles sin corteza con
marcas señalando el paso de los venados- todavía no se habían ido. Se quedarían
hasta que la corteza se acabara, luego viajarían hacia el Norte, lejos del
territorio de los Lobos y tal vez hasta las tierras de las hadas de Prythian-
donde ningún mortal se atrevería a ir, a no ser que tuviera un deseo de muerte.
Un escalofrío me recorrió la columna ante tal pensamiento y
lo alejé de mi mente, concentrándome en mis alrededores. Eso era todo lo que
podía hacer, todo lo que había hecho por años: enfocarme en sobrevivir la
semana, el día, la hora que viene. Y ahora, con la nieve necesito suerte para
encontrar algo, especialmente desde mi posición en la cima del árbol, incapaz
de ver algo a unos pocos metros de distancia.
Silenciando un gemido, pongo el arco de vuelta en posición y
me bajo del árbol.
El suelo congelado crujió bajo mis botas gastadas y apreté
los dientes. Poca visibilidad, ruido innecesario, estaba en camino a otra caza
sin resultados.
Sólo quedaban unas
pocas horas de luz solar. Si no me iba pronto iba a tener que encontrar el
camino de vuelta a casa en la oscuridad y las advertencias de los cazadores
todavía estaban frescas en mi mente: lobos gigantes estaban al acecho, y en
grandes números. Sin mencionar los susurros de gente extraña vista en el área,
altos y raros y letales.
Cualquier cosa menos las hadas, los cazadores les habían
suplicado a nuestros dioses olvidados, y había orado en secreto junto a ellos.
En los ocho años que habíamos estado viviendo en nuestro pueblo, a dos días de
camino de la frontera inmortal de Prythian, jamás habíamos sido atacados,
aunque los vendedores ambulantes que viajaban a veces traían historias de
ciudades fronterizas lejanas que quedan en astillas y huesos y cenizas. Estas
historias, alguna vez lo suficientemente raras como para ser consideradas como
chismes de los viejos, se habían convertido en la charla de todos los días en
el mercado.
Me había arriesgado mucho al venir al bosque, pero habíamos
terminado nuestra última rodaja de pan ayer y el resto de nuestra carne seca el
día anterior. Aún así preferiría pasar hambre a satisfacer el apetito de un
lobo. O un hada.
Aunque no podrían comer mucho conmigo. Siempre enflaquecía
en esta época del año y podía contar unas cuantas de mis costillas. Moviéndome
tan despacio y silenciosamente como podía entre los árboles, apreté una mano
contra mi adolorido y vacío estómago. Sabía la expresión que estaría en la cara
de mis hermanastras cuando llegara a la cabaña sin comida otra vez.
Luego de varios
minutos de cuidadosa búsqueda, me agaché entre un montón de ramas cubiertas de
nieve. A través de las espinas tenía una vista decente de una llanura y el
pequeño riachuelo que corría por el medio. Los pequeños agujeros en la
superficie congelada sugerían que se usaba frecuentemente. Con suerte alguna
presa aparecería. Con suerte.
Suspiré por la nariz,
clavando la punta de mi arco en el suelo e incliné mi frente contra la cruda
curva de la madera. No sobreviviríamos otra semana sin comida y muchas familias
habían estado rogándome que intentara pedir ayuda de los más ricos de la
ciudad. Había visto de primer mano lo que su caridad hacía.
Me puse en una posición más cómoda y calmé mi respiración,
esforzándome por escuchar al bosque por encima del viento. La nieve caía y
caía, bailando y girando como brillantes spindrifts, el blanco fresco y limpio
contra el marrón y gris del mundo. Y a pesar de mi hambre, a pesar de mis
miembros entumecidos calmé mi mente para disfrutar de los bosques cubiertos de
nieve.
Alguna vez había sido
mi segunda naturaleza saborear el contraste del pasto fresco contra el suelo frío;
alguna vez había soñado y respirado y pensado en color y luz y forma. Algunas
veces incluso había fantaseado en un tiempo en que mis hermanas estuvieran
casadas y solo fuéramos Padre y yo, con suficiente comida como para sobrevivir,
suficiente dinero como para comprar un poco de pintura, y suficiente tiempo
como para poner esos colores y formas en papel o cuadros o en las paredes de la
cabaña.
No era probable que sucediera pronto, tal vez jamás. Así que
me quedaban momentos como estos, admirando el brillo de la palida luz de
invierno sobre la nieve. No podía recordar la última vez que había hecho esto,
la última vez que me había molestado en notar algo hermoso o interesante.
Horas robadas en un establo decrepito con Isaac Hale no
contaban, esos momentos eran hambrientos
y vacíos y hasta a veces crueles, pero
nunca hermosos.
El viento aullante se
calmó a un suave suspiro. La nieve caía perezosamente ahora, en grandes y
gordos copos que se agrupaban contra cada nudo y grieta de los árboles. Era
hermosa, la letal y gentil belleza de la nieve. Pronto tendría que regresar a
los fangosos y congelados caminos de la aldea, al apretado calor de nuestra
cabaña. Alguna pequeña y fragmentada parte de mí se retorció ante el
pensamiento.
Arbustos se mueven al
otro lado del claro.
Sacar mi arco fue puro instinto. Miré a través de las
espinas, conteniendo el aliento.
A menos de treinta
pasos apareció un pequeño venado, no muy delgado a pesar del invierno pero lo
suficientemente desesperado por conseguir corteza de arbol que se arriesga a
salir a un claro.
Un venado como ese podría alimentar a mi familia durante una
semana, incluso más.
Mi boca se hizo agua. Silenciosa como el viento corriendo a
través de hojas muertas apunté.
Ella continuaba arrancando
pedazos de corteza, masticando tranquilamente sin dares cuenta de que su muerte
la esperaba a unos pocos metros.
Podría secar la mitad
de la carne y el resto lo podríamos comer inmediatamente. Estofados, tartas, su
piel podría ser vendida o tal vez convertida en abrigo para uno de nosotros.
Necesitaba nuevas botas, pero Elain necesitaba un abrigo nuevo y Nesta seguramente
iba a desear algo que nosotras tuviéramos.
Mis dedos temblaban. Tanta comida, tanta salvación. Respiré
profundo, tratando de calmarme y volví a calcular mi puntería.
Pero había un par de
ojos dorados brillando desde el arbusto al lado del mio.
El bosque se
silenció. El viento murió. Incluso la nieve se detuvo.
Nosotros los mortales ya no le rezábamos
a ningún Dios, pero si hubiera recordado alguno de sus nombres perdidos les
hubiera rezado. A todos. Escondido en el arbusto, el lobo se acercó más a su
presa, su vista clavada en el venado, ignorante del peligro.
Era
enorme, del tamaño de un potrillo y aunque habia sido advertida de su
presencia, mi boca se secó.
Pero peor que su tamaño era su
sigilo sobrenatural: incluso cuando se movía detrás del arbusto no hacia
sonido. Ningún animal tan enorme podía ser tan silencioso. Pero si no fuera
ningún animal ordinario, si él fuera de Prythian o un hada entonces ser comida
sería la menor de mis preocupaciones.
Si el es un hada, debería de estar corriendo.
Aunque tal vez… tal
vez sería un favor al mundo, a mi aldea y a mi misma el matarlo mientras él no
me notara. Poner una flecha a través de su ojo no sería problema alguno.
Pero a pesar de su
tamaño se veia como un lobo, se movía como un lobo. Animal, me digo a mi misma.
Solo un animal. No me dejo considererar la alternativa, no cuando necesito mi
cabeza clara, mi respiración tranquila.
Tenia un cuchillo de caza y tres flechas. Las primeras dos
eran flechas ordinarias, simples y eficientes que no causarían más que una leve
molestia al lobo. Pero la tercer flecha, la mas larga y pesada la había traido
de un viaje durante un verano cuando habíamos tenido suficientes monedas para
gastos extras. Era una flecha tallada de ceniza de montaña, armada con una
cabeza de hierro.
Gracias a las
canciones cantadas por nuestros padres cuando éramos bebes, todos sabemos que
las hadas odian el hierro. Pero era la madera de ceniza que hacía su magia
inmortal desaparecer por el tiempo suficiente para que un humano los pueda
matar. O por lo menos eso era lo que decía la leyenda. La única prueba de su
efectividad era su rareza. Había visto dibujos de los arboles, pero ninguno con
mis propios ojos, no después de que las Fae de la realeza los quemaron hace
mucho tiempo. Así que muy pocos quedaban, la mayoría pequeños y enfermos y
escondidos por la nobleza dentro de paredes altas y bien protegidas.
La coloqué en mi arco,
manteniendo mis movimientos minimos y eficientes, cualquier cosa para evitar
que el lobo monstruoso mirara en mi direccion. La flecha era larga y lo
suficientemente pesada para realizar algún daño, incluso matarlo si apuntaba
bien.
Mi pecho estaba tan apretado que
me dolía, y en ese momento me di cuenta de que mi vida dependía de una
pregunta: ¿Estaba el lobo solo?
Agarré mi arco con
fuerza y tiré de la cinta hacia atrás. Era un tiro decente pero nunca me había
enfrentado a un lobo. Siempre creí que había sido buena suerte, incluso una
bendición, pero ahora no sabia hacia donde disparar o que tan rápido se movían.
No me podía permitir fallar. No cuando solo tenia una flecha de ceniza.
Y si de verdad era el corazón de un hada el que latía debajo
de esa piel, entonces hasta nunca. Hasta nunca, después de todo lo que los de
su clase nos habían hecho. No me iba a arriesgar a que uno de ellos llegara a
nuestra aldea para matar y causar terror. Que muera aquí, ahora. Estaré feliz de matarlo.
El
lobo caminó más cerca y una rama se quebró debajo de sus patas; cada una mas
grande que mis manos. El venado se puso rígido. Ella miró en todas direcciones,
levantando las orejas hacia el cielo gris. Con la posición del lobo ella no
podía verlo ni olerlo.
Su cabeza baja y su enorme cuerpo
platead-perfectamente en sintonía con la nieva blanca y las sombras,- se
preparó para saltar. El venado
seguía mirando en la dirección equivocada.
Miré
al venado y al lobo de nuevo. Al menos estaba solo, al menos había sido asi de
afortunada. Pero si el lobo asustaba al venado me quedaría sola con un lobo
enorme y hambriento- que podría bien ser un hada.- buscando su próximo
alimento. Pero si mataba al venado destruiría la preciosas carne y grasa…
Si
juzgaba mal, mi vida no era la única que se perdería. Pero mi vida se había
reducido a nada más que riesgos en los últimos ocho años que había estado
cazando en los bosques y había tomado las decisiones correctas la mayoría de
las veces. La mayoría de las veces.
El lobo saltó del
arbusto como una bala en un borrón de gris y blanco y negro, sus colmillos
amarillos brillando. Era incluso más impresionante en el claro, una maravilla
de musculo y velocidad y fuerza bruta. El venado no tenia oportunidad.
Disparé la flecha de
ceniza antes de que destrozara toda la carne.
La flecha lo alcanzó
en el costado y podría jurar que el suelo mismo tembló. Él ladro de dolor,
soltando el cuello del venado mientras que su sangre teñía la nieve, roja como
un rubí.
Se
dio la vuelta hacia mi, esos ojos amarillos bien abiertos, los pelos en punta.
Su rugido reverberó en mi interior mientras me levantaba con la nieve crujiendo
a mi alrededor, otra flecha lista para disparar.
Pero
el lobo apenas me miró, sus fauces cubiertas con sangre, mi flecha de ceniza
saliendo vulgarmente de su costado. La nieve comenzó a caer de nuevo. El miró con tanto entendimiento y sorpresa
que me hizo disparar otra flecha. Solo por si acaso de que esa inteligencia sea
de un inmortal.
No intentó esquivar la flecha mientras se le clavaba
limpiamente por su gran ojo Amarillo.
Colapsó en el suelo.
El color y la
oscuridad giraron, arruinando mi visión y mezclándose con la nieve.
Sus piernas se retorcían mientras una queja profunda cortaba
el aire. Imposible, debería de estar muerto, no muriéndose. La flecha se clavó
hasta la pluma.
Pero lobo o hada no importaba. No con esa flecha de ceniza
clavada en su costado. Estaría muerto en cualquier minuto. Aun asi mis manos
temblaban mientras me quitaba la nieve de encima y me acercaba, tratando de
mantener una buena distancia. La sangre manaba de las heridas que yo le había
causado, manchando la nieve de color escarlata.
Pateó el piso, su respiración
ralentizándose. ¿Sufría mucho dolor o
era su intento de mantener a la muerte alejada? No estaba segura de que
quisiera saber.
La nieve giraba a
nuestro alrededor. Lo miré hasta que su pecho color obsidiana y marfil dejó de
subir y bajar. Lobo, definitivamente solo un lobo, a pesar de su tamaño.
La presión en mi
pecho se deshizo y deje escapar un suspiro, mi aliento congelándose frente a mí.
Al menos la flecha de ceniza había probado ser letal, sin importar a quien o a
que mató.
Una rápida examinación del venado me dijo que solo podía
cargar un animal, e incluso uno solo iba a ser complicado, pero sería una lástima
dejar al lobo.
Aunque perdí preciosos minutos, minutos en los cuales
cualquier depredador podía oler la sangre y atacarme, despellejé al lobo y
cubrí al venado con su piel. Eran varios kilómetros desde el bosque hasta
nuestra cabaña y no necesitaba un rastro de sangre para que me siguieran.
Gimiendo ante el peso tome al venado por las patas y le
dedique una última Mirada al lobo muerto.
Su único ojo amarillo miraba
fijamente al cielo gris y por un momento deseé poder sentir remordimiento por
la bestia muerta.
Pero este era el bosque, y era invierno.